Como
a perro en misa
¿Alguna vez han
visto a un perro en misa? Es el enemigo
público número uno de la religión. Si
los feligreses están sentados esperando al cura para que empiece el sagrado
ceremonial, el perro gruñe; cuando se levantan porque llegó el cura, el perro
ladra; si se ponen de rodillas, el perro aúlla. Hasta cuando a los presentes les entra el
diablo y le dan patadas al can. El mejor
amigo del hombre comienza a saltar entre las bancas para eludir las coces de
las bestias religiosas; a estas alturas de la ceremonia el sacristán
interviene, no para defender al animalito, sino para cazarlo como a Satán
desatado. El cuadrúpedo ladra agresivo
para defenderse y aúlla lastimero por el patadón asestado. Durante todo este tiempo los rezanderos se han
olvidado del cura y de la ceremonia y han centrado toda su atención en el perro,
que en vez de salirse vuelve a dar vueltas para que lo castiguen con más saña. Al final el canino, hecho un cristo moribundo,
cual mártir del Gólgota, es retirado de la iglesia por un monaguillo compasivo.
El cura, después del sacrificio
ofrecido, dice: “Podéis ir en paz”. Todos
se dan la mano y refrendan: “La paz sea contigo”. Cuando salen los correligionarios del recinto,
el perro en el atrio, casi moribundo, como tocado por un corrientazo, sale en veloz carrera hacia el mundo de la
calle que es más humano y menos divino. De
ahí que a una persona que sufre las circunstancias de la vida, en cualquier
evento, le dicen que le fue como a perro
en misa.
Memo León, que todo
lo hacía mal, tenía fama en todos los campos de ser un tipo de malas. Bueno, para no caer en el extremismo debemos
reconocer que no hay hombres de malas; hay hombres que todo lo hacen mal y en
consecuencia terminan mal, como perro en
misa. De Memo León decían que era
tan de malas que “cuando le jalaba a los discursos se le iban las patas, cuando
le jalaba a la caza se le iban los patos y cuando le jalaba a la vagabundería
se le iban las putas”.